Querido AMOR:
y sí, lo escribo con mayúsculas porque el cariño es tan grande que la palabra así lo merece.
Qué largo fue mi camino hacia ti, cuántas decepciones, cuánta espera…
Sin embargo, nada del mundo me podía echar para atrás. Esa ilusión me servía para superar los baches de la vida.
No podría describir la gran alegría que sentí cuando supe que por fin estabas en camino.
Te quise desde el momento en el que te sentí vivo.
Con todo ello volvieron los miedos. Mi único gran deseo era cuidarme mucho, vivir sano, protegerme del exterior para poder protegerte a ti, para que salieras adelante, para que todo fuera bien.
No pensaba en otra cosa: que esté bien.
Y llegó el gran día. Pocas horas nos separaban. Te iba a ver y, lejos del miedo, lo que sentía era una impaciencia sin límites, una alegría tal que no creía poder esperar más el ansiado momento.
Llegaste de madrugada. Un momento no grabado que se impregna en la mente de una manera que jamás se olvida.
¿Sabes? De ti me gusta todo, cuando me preguntas cosas, cuando me besas, cuando me abrazas, cuando jugamos, cuando bañamos, cuando corremos, cuando saltamos, cuando lloramos, cuando reímos, cuando dormimos, cuando nos despertamos y nos sonreímos.
Me encanta verte crecer y… ¡quererte tanto!
No concibo la vida sin esos besitos y abracitos tuyos, que sé cuánto abarcan.
Ahora por nada del mundo cambiaría mi vida contigo por mi vida sin ti.
Yo te di la vida y tú enriqueciste al máximo la mía.
Hoy cumples cuatro añitos y te deseo lo mejor, mi niño del alma.